Japón en Estepona

Carlos Domínguez, ex delegado de la agencia Efe en Tokio (más de 20 años en Japón), fue un imprescindible amigo en mi etapa de corresponsal de EL MUNDO en la antigua Zipango. Ahora es redactor jefe en la redacción central de Madrid.

Carlos veranea en Estepona desde hace cinco años. Tiene un apartamento frente al Puerto del municipio costasoleño con vistas a los veleros y yates. En los días despejados se ve Gibraltar. Domínguez vivió su adolescencia en Estepona y siempre soñó con volver, aunque fuera en verano, a uno de sus lugares predilectos.

Ayer comí con él, con su mujer, Chiho, japonesa, y sus hijos, Borja, Eva e Irene. Los dos mayores hacían deberes de la escuela de japonés a la que acuden en Madrid (el curso empezó en abril). Eva terminaba de leer un libro en japonés que le había recomendado Chiho y dibujaba un manga, asesorada por Borja en el argumento, con personajes de ojos muy grandes.

Irene, la pequeña, de cuatro años, sólo quería nadar en la piscina, bucear y buscar conchas en la playa. «Deja de hablar con Papá, ¡vamos a jugar!», decía Irene. Carlos me prestó un libro sobre Masako Owada, la Princesa japonesa, que conoció a Naruhito, el Príncipe, en una recepción a la infanta Elena que Domínguez cubrió para Efe. Él también informó en enero de 1989 de la muerte del emperador Hirohito.

En casa hablan indistintamente japonés y castellano. Y juegan a la bolera y al tenis con la Wii que Chiho ha comprado este verano en Tokio. La familia apura sus últimos días de vacaciones. Japón en Estepona.

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