Las columnistas

LOS PLACERES Y LOS DÍAS

Las columnistas

FRANCISCO UMBRAL; 8-3-1999

La concesión de un premio de periodismo a Carmen Rigalt me trae a la consideración del fenómeno de las columnistas en la prensa española, fenómeno que se inscribe dentro de la eclosión, ya tan duradera, del columnismo, que viene de Estados Unidos y es como una prensa/off en el interior mismo de los periódicos. Empecemos por diferenciar entre artículo, crónica y columna, aunque esto tiene riesgo de pedantería:

El artículo es o puede ser intemporal. Un artículo sobre el Greco, por ejemplo, vale para hoy, para cinco años antes y para cinco años después. La crónica, como su nombre indica, es hija de Cronos y se caracteriza por su exigencia de actualidad en lo que cuenta y en cómo lo cuenta. La columna tiene su destino y justificación en un absoluto personalismo. Entre los grandes bloques de información supuestamente neutra, el lector necesita esa rendija de la columna para mirar al otro lado y adivinar un poco de lo que realmente pasa. Y esto lo han hecho y lo hacen a diario las mujeres igual y mejor que los hombres en muchos casos. La graveza de Rosa Montero, la ironía adulta de Carmen Rico-Godoy, la pujanza de Maruja Torres, el objetivismo analítico de Nativel Preciado, la política dura de Isabel San Sebastián, la prosa admirable, rica, literaria y feminísima de la citada Rigalt, etc. Ninguna de ellas renuncia al punto de vista femenino, pero todas lo llevan con ironía, sin crispación: Sartre decía que «la ira es el argumento de los que se han quedado sin argumentos».

Cuando se habla de los progresos femeninos en la sociedad actual -progresos, no concesiones al modelo masculino-, se habla de banqueras, mujeres de negocios, pedagogas o políticas. Nunca se alude a esta muestra -me he quedado corto en los nombres- de mujeres que compiten en una de las profesiones más duras del siglo, el periodismo, y han alcanzado en ella ese protagonismo que supone la columna, imponiendo cada una su personalidad, su estilo y su manera de pensar y escribir, ya que en el columnismo, a diferencia de otras secciones del periódico, el subjetivismo no debe ser evitado, sino exigido.

Hasta llegar al vedetismo, como Carmen Rigalt se confesaba el otro día protagonista de todas sus columnas, pues las mujeres leen más que los hombres, como es sabido, y una lectora de periódicos agradece mucho encontrarse con otra mujer de contextura afín (afín, puesto que coinciden en el mismo papel) que le cuenta las cosas como las contaría ella y luego se pega una puerta como se la pegaría ella. Las columnistas son una avanzada del feminismo rampante, pero sus verdades las dicen de verdad, o sea como de refilón, con esguince, hallazgo semántico, mucho slang de supermercado y cultura de ahora mismo. Estoy generalizando y ya sé que hay unas mejores que otras como en todo, pero ustedes ya me entienden.

El periodismo es una de las profesiones donde más ha incidido la mujer, pero ya quedaron muy atrás las columnistas de repostería y ganchillo, o las célebres comadres de Hollywood, como Anita Loos o Elsa Maxwell, que te contaban el amor secreto de Joan Collins. Estas de hoy te cuentan su propio amor secreto, que suele ser un mendigo de Mengele.

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