Marbella, aquella ‘Gil Epoque’ (II)


En la Gil Epoque la corrupción se empezaba a servir en bandejas de mármol y fajos de billetes de 10.000 pesetas. Jesús Gil no dirigía el Ayuntamiento desde la Plaza de los Naranjos, en el coqueto casco antiguo, sino desde la sede del Club Financiero, en el número 72 de la avenida Ricardo Soriano, junto al Pirulí, ya enfilando la Milla de Oro de Marbella, y alquilado ahora por la familia Gil a un colegio británico de elite.
El Ayuntamiento era cosa de Pedro Román (el rostro amable del régimen gilista) y de Juan Antonio Roca, que trabajaba frente al Club Financiero, en la delegación de Urbanismo. Gil ofrecía la cara pública, pero no firmaba nada. Él daba las órdenes en un sistema en apariencia democrático, pero que a pesar de ganar tres veces con mayoría absoluta, contenía inequívocos tics dictatoriales.
Gil impuso una persecución implacable contra los críticos, organizó una Policía Local montada a caballo convertida en el Ejército personal de Marbella, en su guardia personal de Gil. Y enladrilló de modo casi irremediable la ciudad, con una vulneración sistemática del PGOU de 1986: donde se planificaron zonas verdes se construyeron bloques de apartamentos. ¿El resultado? 30.000 viviendas ilegales, legalizadas en el plan urbanístico de 2011.

Los once años de Gil al frente de la Alcaldía se caracterizaron por un incumplimiento masivo de sus promesas. Cuando en 1995 revalidó el Gobierno municipal, Jesús Gil pensó que por fin había llegado el momento de sacar adelante sus proyectos más ambiciosos: la isla artificial situada frente a Puerto Banús («aquí no tenemos las calas que tienen en otros sitios», dijo ese mismo año en clara referencia a la competidora Mallorca), la Universidad de Marbella y hasta una Ciudad del Cine. Incluso se planteó crear un Aeropuerto (el de Málaga está a 50 kilómetros). Ninguno de estos proyectos se materializó y en cada campaña electoral o entrevista los anunciaba como inmediatos.

A pesar de eso, Gil se vanagloriaba de «haber dado la vuelta a la ciudad siete veces; por todos los sitios hay una obra importante que ha hecho el Ayuntamiento», como señalaba el exalcalde en un vídeo de la campaña electoral de 1999. El alcalde de Marbella de la década de los noventa permitió la llegada de mafias. En una entrevista de 2001 concedida a Jesús Quintero incluso llegó a creer en la necesidad de los imitadores de El Padrino. «A lo mejor la mafia tiene que existir, en el concepto de coger la justicia por la mano. Es un sentimiento».

Si la década de los ochenta fue la de los árabes, la de los noventa fue la de la llegada de los rusos, que rechazan de plano su vinculación con la mafia. Quizá el emblema que resuma ese época fue la instalación a la entrada de Puerto Banús de una polémica estatua de 23 metros obra del escultor ruso Zurab TsereteliLos millonarios rusos ahora reactivan el sector inmobiliario de lujo en la Costa del Sol.

El «error» del indulto de Felipe González

Cuando Gil es encarcelado en enero de 1999 por orden del titular del juzgado número 7 de Marbella, Santiago Torres, que le imputaba delitos de malversación de caudales públicos y falsedad en documento público por el caso camisetas parecía que el fin político del alcalde de Marbella era inminente. Aguantó tres años más como primer edil. El ex director de hotel Rafael de la Fuente, que fue concejal independiente bajo las siglas del PP de Marbella, cree que el indulto de Felipe González a Gil en el Consejo de Ministros del 17 de marzo de 1994 fue un error «y el origen de todo el problema con Gil». Y añade a este diario: “Felipe lo hizo porque creía que así le iba a quitar votos al PP”.

Gil había sido condenado a dos meses de arresto mayor e inhabilitación de cargo público por estafar a un portero de un inmueble al que le había vendido una parcela en Los Ángeles de San Rafael (Segovia) que previamente estaba embargada judicialmente. Con Gil y los años posteriores de Julián Muñoz e Isabel Yagüe, se transmite, según de la Fuente, la imagen de una Marbella con «la corrupción municipal más grande de Europa, permitiendo que Gil haga barbaridades y las instituciones no quieran verlo; se archivaran todas las denuncias por abusos urbanísticos, el daño sigue vigente, solo se quita  con un cambio radical de las instituciones públicas locales».

A pesar de la Operación Malaya (narrada con detalle en el libro La última gota. La novela del caso Malaya de Héctor Barbotta y Juan Cano) y de la frivolización de la marca Marbella, la ciudad (de 136.000 habitantes y el 3% del PIB de Andalucía) agrupa una de las mayores concentraciones de marcas de lujo de toda España. La recuperación del prestigio de Marbella tardará en calar. Análisis como el de The Economist del 21 de agosto 2003 aún no se olvidan. Aún es pronto para enjuiciar con perspectiva la gestión de la alcaldesa Ángeles Muñoz, que con bancarrota apenas ha podido lanzar algún proyecto ilusionante. El único, aún en el aire, sería la discutible ampliación del puerto de La Bajadilla de Marbella por parte del jeque Al-Thani.

En mayo de 2002, Gil dimitió como alcalde tras ratificar el Tribunal Supremo la condena a 28 años de inhabilitación por el caso camisetas, el desvío de dinero público del Ayuntamiento al Atlético bajo la apariencia de patrocinador del equipo. Cuando Gil murió, acabó el gilismo. Como le ocurrió a Franco, fue imposible un gilismo sin Gil. “Aquí yace un imbécil que creyó que las cosas podían ir mejor”. Ese fue el epitafio que el dueño de Marbella S.A. quería cincelar en su tumba sobre la Gil Epoque.

La Tinta de Verano que he publicado hoy en El Confidencial.

Aquí la primera entrega de Marbella: aquella ‘Gil Epoque’

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