Crónicas niponas (IV)

Un japonés reza, esta tarde, delante del cenitafio del Parque de la Paz de Hiroshima (Foto: Agustín Rivera)

Hiroshima. La palabra me trae recuerdos de mi primera cobertura internacional. Tenía 22 años. Hoy, con 39, rozando los 40, he vuelto a Hiroshima. Mon amour.

Cuando he visto el edificio de la cúpula de Genbaku, al fondo el Parque de la Paz y el Museo de la Bomba Atómica, no he podido evitar confesar que en cierta manera yo pertenezco a esta ciudad, que las historias de los supervivientes de la bomba atómica las siento muy cercanas. Y no sólo esas historias trágicas, sino la visión de la paz, la forma en la que los japoneses aprendieron de sus errores en Pearl Harbor. Unos errores que pagaron muy caros en forma de Holocausto atómico en agosto de 1945.

Quieres ir con la visión del turista, pero es imposible. El reportero vence (como casi siempre) al visitante y empiezas a sacar fotografías, a entrevistar a la gente, a quedarte con detalles. ¿Por qué Hiroshima? Nunca más Hiroshimas, precisamente ahora que Japón revive su tragedia nuclear con Fukushima.

Torii de Miyayima, esta tarde (Foto: Agustín Rivera)

Por la tarde tomé el ferry rumbo a Miyayima, uno de los tesoros de Japón. En la orilla de la isla roja, frente a Hiroshima, apenas a diez minutos de la ciudad, emerge el torii más fotografiado. Yo he estado más de una hora frente a esta mágica puerta del paraíso Miyayima, acaso uno de los lugares más bellos del planeta.

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