Jefes de prensa: ¿Policía o mayordomo?

Agustín Rivera

Lo que hace un jefe de prensa no es Periodismo. Como sentenciaba George Orwell, “Periodismo es publicar lo que alguien no quiere que se publique. Lo demás, son relaciones públicas”. Un director de Comunicación puede haber sido periodista (incluso muy bueno), pero mientras ejerce ese cargo ya no es periodista: se calla/filtra o difunde los datos que puedan interesar a quien le paga.

Hace ya diez años, cuando era jefe de sección de El Mundo/El Día de Baleares, conocí a un jefe de prensa demasiado común: desafiante y muro-pantalla con los periodistas nada dóciles y simpático con los que informaban con un tono amable. Entonces pensé que un jefe de prensa actúa, según las veces o el tipo de empresa o institución con la que trabaje, como policía o mayordomo.

Hoy quizá ya no sería tan osado cómo para describir a estos profesionales como policías o mayordomos. Las jefaturas de prensa han mejorado y los hay que ejercen con dignidad y destreza esa profesión. Eso sí, mi experiencia de veinte años escribiendo en cabeceras nacionales (Diario 16, El Mundo y El Confidencial) me confirma que rarísimo es el caso del jefe de prensa que no tapona la relación directa con la fuente. También es excepción el que dice todo lo que sabe. Los dircom limitan la información que suministran y tapan las vergüenzas de sus jefes. Los que se han formado para ejercer el Periodismo se muerden las uñas, pero cuentan muy poco. Y, cuando les dejan, desinforman (como mínimo desenfocan), muchas veces no a sabiendas, sino intoxicado por su superior. ¿Por qué no se dedican a ser más transparentes? La sociedad lo demanda.

La crisis desaforada de los medios de comunicación ha permitido en los últimos años un trasvase sin límite del periodismo a las jefaturas de prensa o direcciones de comunicación. Se han trasladado al “lado oscuro” o “el otro lado”, como ellos mismos lo definen, periodistas brillantísimos que necesitan un empleo estable y una seguridad económica que ya no les ofrece una profesión tan apasionada como desasosegante, ahora azotada por salarios ínfimos, ERE y cierres… Las hipotecas y los hijos mandan. También lo pueden achacar a unos horarios incompatibles con una vida familiar estándar. La noticia jamás ficha; no sabe de días de descanso, ni de vacaciones. Más, y no menos importante: sufren un desencanto prematuro con el Periodismo tras sufrir presiones de todo tipo.

Los ciudadanos son los que pierden. Sin esos periodistas la sociedad empequeñece su visión crítica, se convierte en una sociedad peor, más débil. Y, mientras, las grandes corporaciones e instituciones se frotan las manos por contar con otro periodista fuera de cobertura. Ellos viven mejor, con menos presión. Los del “lado luminoso” (cada vez con más claroscuros) les esperamos/les necesitamos de vuelta a la profesión que es suya.

Esos periodistas quizá no hubieran abandonado el oficio si sus empresas hubieran puesto por delante el Periodismo a las finanzas (“ludopatía bursátil”, lo calificó Enric González) y con una publicidad institucional (no sólo la de los partidos y organismos oficiales, sino la de los bancos y multinacionales) en coqueteo en los medios. Esos periodistas de vocación, talento y entusiasmo por contar historias que muchos intentan acallar.

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