Fui feliz, de forma moderada y apasionada.
Tuve días tristes, pero fueron pocos. Recordé melancolías.
Disfruté, como siempre, con el primer día de clase (también el segundo y muchos más). El verano se despedía y acababa de terminar el rodaje del documental, mi primera experiencia como guionista. Se estrena en marzo.
Publiqué un libro (la segunda edición de Hiroshima), terminé de escribir otro y planifiqué el siguiente.
Estuve seis días en Roma cubriendo el cónclave para El Confidencial. Quizá sea mi titular del año. ¿Por qué está en el quinto párrafo? [¿Quién llegará hasta aquí?]
Vi baloncesto en el Carpena y eché de menos Ciudad Jardín. Di asistencias sin mirar en el pabellón de Los Olivos. Encesté un triple limpio que casi parecía que no había entrado.

Me compré mi nipón-auto II. El difunto gris acero tenía 19 años y le despedí con honores.
Mejoré (tampoco mucho) el revés en la pista. Nadé poco y con escafranda: decidí asumir otros riesgos. Mojé mis pies en un Atlántico dorado.
Recuperé a viejos amigos, me distancié (sin quererlo) de otros. Me reí como si acabara de cumplir 14 años.
Seguí contestando «Robinson, Robinson» a las llamadas inoportunas de las 15:14.
Miré demasiado Twitter y aprendí a engañar al algoritmo para no seguir ni a políticos ni a farsantes.
Continué escribiendo mi diario, en libretas Enri azules y de tamaño A-4, pero no lo publiqué en Zenda.
#NiundíasinReporterismo.
Y me enamoré, otro día más, de ti.
