La historia de un superviviente de la ‘desbandá’ de Málaga de febrero de 1937

Manuel Barrionuevo (Foto: Agustín Rivera).

Los milicianos aparecieron por el cortijo Doña Ana de Cártama contando maravillas del sistema político de Rusia. “¿Os queréis alistar en el bando de los ricos o en el de los pobres?”. Manuel Barrionuevo, un joven agricultor de 20 años, se apuntó al segundo grupo, al de los republicanos, por “los ideales de igualdad y solidaridad”. Apenas unos meses después, entre el 6 y el 8 de febrero de 1937, huyó de Málaga por la carretera de Almería. Entre 100.000 y 150.000 personas salieron a pie, con lo puesto, de la ciudad andaluza en dirección al Levante. Protagonizaron el mayor éxodo de la Guerra Civil mientras huían, en desbandá, de las tropas franquistas y alemanas que bombardeaban sin piedad.

Setenta y cinco años después, Barrionuevo vive en una residencia del barrio malagueño de El Palo, el inicio de esa ruta de la libertad hacia el Este que para muchos se convirtió en una encerrona criminal vía aérea que finiquitó sus vidas. El médico y fotógrafo canadiense Norman Bethune, que ayudó a las víctimas, la tildó como “la más grande y terrible evacuación de una ciudad en los tiempos actuales”. A sus 94 años, Manuel explica historias de la guerra, de su guerra, mientras descansa en un sillón de orejeras y juguetea con los flecos de una manta de colorines. Hoy está de buen humor. Se ríe, observa con atención el trajín del lugar y escucha con curiosidad.

Los buques Canarias, Baleares y Almirante Cervera lanzaban bombas desde la playa. “Íbamos en marcha y uno de los muchachos que iban delante, para protegerse, se metió entre dos rocas, con tan mala suerte que el pepinazo cayó dentro de las rocas. Y el muchacho murió”. Este malagueño que trabajó el campo y en la década de los sesenta se fue a Bilbao para ganarse la vida como albañil, presume de no haber matado jamás a nadie. En aquella maldita desbandá una vez sí estuvo a punto. Una avioneta de reconocimiento volaba muy bajo y, con el mosquetón, se atrevió a disparar al enemigo; desapareció y poco después volvieron más aviones que disparaban ráfagas. Se libró por poco.

Hambre y bombas

Manuel Barrionuevo siempre contaba a sus familiares historias de la guerra. La más dura: muchos días sin comer, alguna vez no le quedó más remedio que almorzar lagarto; la más humana: la de una niña que lloraba sin parar mientras su madre, callada, impertérrita, la tenía agarrada en brazos. El bebé seguía llorando. “¡Ay que ver esa madre, que no cuida a su criatura y nos va a volver locos con tanto jaleo!”. Se acercaron y vieron que la madre, con el bebé en brazos, estaba muerta. La cogieron y levaron en el camino hacia Almería sorteando bombas y disparos. No tenían para darle de comer, pero cuando pasaron por delante de una casa, había un pasero colgado, y de allí, cogieron las uvas, les quitaron el rabo, el pellejo y las pepitas y se las dieron a la criatura. Tras varios días, apareció una niña de 12 años que cuando vio a los hombres con la pequeña se agarró a ella con todas sus ganas mientras gritaba: “¡Es mi hermana!, ¡Es mi hermana!”.

Durante la marcha, con sus compañeros, dudaron de la ruta de huida. “¿A Murcia o a las montañas?”. Barrionuevo decidió irse hacia las Alpujarras, al pueblo de Cádiar. Estuvo alojado en la casa de una mujer viuda que tenía cuatro niños. Otros republicanos estaban escondidos allí y la señora les daba de comer. “De mayor quiso volver para saber qué había sido de ellos”, señala su nieta Antonia. En su huida, Manuel recaló en Guadix (Granada). En una residencia de monjas padeció tifus. Un médico les recetó una medicina para que los curasen. Pasaban los días y no mejoraba; no estaban aseados, y esto, junto al calor de las fiebres, le provocó una “miseria” -en palabras de este malagueño- en la cabeza (piojos). Un buen día, una monja más joven, que había ido en busca de agua, vio que alguien había tirado las medicinas al fondo del pozo.

“Se ha abierto el infierno”

Fernando Arcas, profesor titular de Historia Contemporánea de la Universidad de Málaga, considera la desbandá un preludio de las grandes persecuciones humanas y los genocidios que sacudieron el siglo XX. Encarnación Barranquero, también docente de la UMA, acaba de publicar en el número 35 de la revista Andalucía en la historia un estudio académico sobre “La huida” titulado 75 años en el infierno. “Se ha abierto el infierno. Lucifer y su legión están sobre nosotros”, ya escribía en febrero de 1937 la escritora Gamel Woolsey, esposa de Gerald Brenan, y autora de la obra Málaga en llamas, novela que Antonio Banderas planteó llevar al cine. El director de El camino de los ingleses desistió tras no poder averiguar quién poseía los derechos de la novela.

Hasta mitad de los ochenta poco se supo de este Guernica andaluz. Los franquistas querían olvidar el suceso y los republicanos se sentían heridos en su orgullo por haber abandonado Málaga a merced del bombardeo por tierra, mar y aire. Manuel Barrionuevo sí se muestra orgulloso y, aunque ha perdonado, no olvida su historia y expresa su opinión sobre los otros, “los fachas”: “Unos hijos de…”.

Dentro de un momento le darán la merienda a este superviviente que narra entre silencios su aventura de la guerra. Quizá oculte la parte más interesante. En noviembre cumplirá 95 años y, desde El Palo, muy cerca de donde empezó el éxodo, recordará el grito de la niña que recuperó a su hermana en medio de aquella matanza al borde del Mediterráneo.

El enlace de la historia de Barrionuevo.

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