Mi experiencia en Hiroshima

La primera vez que estuve en Hiroshima (regresé en 2001 y 2012) fue en agosto de 1995. Era el 50 aniversario de la bomba atómica. Yo era un estudiante de tercero de Periodismo que cubrió ese acontecimiento para Diario 16. Lo que más me sorprendió fue la alegría. Una ciudad pacifista, jubilada de rencor alguno. Niños japoneses, todos uniformados al milímetro, inundaban de felicidad profunda el Parque de la Paz. Sonaba, sin cursilerías, la canción de Michael Jackson ‘We are the world’. Hacía un calor humedísimo.

Japón no odia a Estados Unidos. Los japoneses adaptaron con eficacia el estilo americano. Incluso sienten admiración “porque les ayudaron mucho durante la posguerra”, me contó hace 21 años Santiago Ferrán, misionero seglar católico en Japón. Quien ha visitado Tokio lo sabe. Manhattan más bien se asemeja a una copia ‘vintage’ de Ginza. Y no al revés.

Lo que siente el pueblo nipón es vergüenza, vejación y humillación por haber empezado la guerra con el ataque a Pearl Harbor en diciembre de 1941. Porque Japón, los japoneses, no son los culpables de la masacre de Nankín, ni todos entendían la manera de actuar de Hirohito, el emperador Showa, aquel hombre bajito con cara de sabio despistado. El japonés medio intenta olvidar lo que ocurrió. Y lo hace sin resentimiento.

Aquí el resto de mi experiencia en Hiroshima.

Foto: Toñi Guerrero (2012).

 

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