Antonio Soler encuentra el Nadal en su Barcelona mágica

Hace justo 20 años de la publicación de esta crónica. Cenaba en Palma el 6 de enero por la noche y escuché en la radio que Antonio Soler era uno de los favoritos para ganar el Premio Nadal. Cuando fue oficial, llamé a la redacción de El Mundo de Andalucía para ofrecerles una historia de la intrahistoria del premio. Llegué a Barcelona en el primer vuelo de la mañana y de inmediato me fui al hotel Ritz (actual Palace) para pasar un par de horas con Soler. Luego, antes de regresar a Palma, escribí el texto en la redacción de El Mundo de Catalunya.

AGUSTÍN RIVERA

Enviado especial

EL MUNDO; Barcelona- 8-1-2004

Lleva más de 20 entrevistas metidas en el cuerpo, hablando por el móvil o mirando cara a cara al entrevistado. No ha dormido nada, absolutamente nada, no porque no haya pegado ni ojo, sino porque estuvo hasta las siete y media de la mañana de parranda por Barcelona, su ciudad literaria preferida, y ya a las ocho menos cuarto Luis del Olmo le preguntaba por El camino de los ingleses, su última novela, flamante Premio Nadal.

Antonio Soler sonríe con satisfacción tras un largo aliento literario que se remonta a junio de 2002 en Sintra. El resultado ya está casi en las galeradas y dentro de un mes disponible en las librerías: 320 páginas que hablan de la amistad, de la memoria, una suerte de versión soleriana de En busca del tiempo perdido de Proust. «Es la novela que me ha llevado más tiempo», proclama Soler, columnista de EL MUNDO de Andalucía, que desde su hogar malagueño tecleaba con su portátil HP, a ración de folio y medio diario («Mi dieta», precisa), la obra ganadora de la edición número 60 del Nadal.

Soler compuso la novela con la música de fondo de la banda sonora de American Beauty, no por la película en sí, sino porque algunas canciones ofrecían claves que le servían de referente para continuar con su partitura narrativa. Sostiene el escritor que es su novela más americana, la que ofrece un lenguaje más espontáneo, con un vocabulario más formal y menos académico, pero sin perder ni un ápice de calidad.

Las imágenes, el cine. Como siempre, Soler ha compuesto en primer lugar fotogramas en su mente que luego ha convertido a papel. «Sería muy agradable que la novela se convirtiera al cine siempre y cuando haya un director con criterio que sea capaz de reinterpretar la obra», explica Soler, a quien no le importaría que Antonio Meliveo, compositor musical de bandas sonoras como Solas e íntimo amigo desde su juventud, y que en El camino de los ingleses se convierte en personaje, pudiera tener aquí su debú como director de cine.

Y es que el novelista, a quien le espera una intensa promoción de tres meses, tiene en la amistad en lo más alto de sus valores. Luisito Sanjuán, su fetiche literario y amigo inseparable, ha acompañado a Soler en el fiestón del Nadal. Sanjuán aparece en la novela en escenas fogosas, de sexo, que harán vibrar a la legión de incondicionales del personaje de ficción en el que se ha convertido Luisito Sanjuán desde que lo nombrara como L.S.S (Luisito Sanjuán Solís) en la novela de culto que ya es Los héroes de la frontera.

Luisito, siempre en segundo plano, sin querer molestar, pero siempre en lugar preferente en la vida de Antonio, que disfrutó con ganas la noche de éxito literario de su amigo. Casi como en una nebulosa, Soler deja constar un par de recuerdos de la Noche de Reyes del Hotel Ritz. Un abrazo, «muy emotivo», con Ana María Matute: «Ella empezó a llorar y yo sentí que era como el abrazo que unía a varias generaciones». Y también su ex editor Jorge Herralde, patrón de Anagrama:


–Tú seguirás siendo un chico Anagrama, siempre chico, aunque cada vez menos Anagrama–, resaltó Herralde. Soler es agradecido: «Herralde es uno de los mejores editores europeos de los últimos 30 años», zanja el novelista, que, desafiando el cansancio, cuenta una sabrosa anécdota de su estancia en el hotel Ritz.

Relata el autor de El espiritista melancólico que llegó a las tres de la tarde del mismo día 6 al lujoso hogar de la celebración del Nadal y casi de incógnito: se alojó con el apellido de Sánchez. Le dieron la  habitación 605, los mismos 40 metros cuadrados en los que se hospedó hace un puñado de años David Caradine, el Kung-Fu de la serie de televisión. De la 605 no salió hasta las 23.45 horas, apenas diez minutos antes de anunciarse oficialmente el fallo del premio.

Soler, tranquilo, pero algo inquieto, seguía esperando el Nadal que se hacía de rogar, y contemplaba el tránsito por la Gran Vía de les Corts Catalanes de los taxis barceloneses. Y recordaba que quizá había merecido la pena empezar los primeros folios de El Camino de los Ingleses en su paraíso portugués de Sintra, un inolvidable paseo parisino con el escritor Carlos Cañeque que le sirvió para racionalizar el argumento de la historia. Después del almuerzo, tomando un café en el elegante hall del Ritz, tanto Raquel de la Concha, su fiel agente literaria, como Joaquín Palau, el editor de Destino, coinciden en su diagnóstico: «Indiscutiblemente es su mejor novela».

Pie de foto: Antonio Soler y Agustín Rivera, el 7 de enero de 2004, en los salones del hotel Ritz (actual Palace) de Barcelona.

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