Atesoro solo certezas de nubes inciertas de este corazón solitario, huérfano de verdad, cautivo del pasado. La luz de la tarde entra tímida en la ventana como si fuera la última esperanza de un mañana que ya no existiría en ti, en tu memoria, en tu vida aún no extinguida.
Atrás quedan meses de ausencias, en el ocaso una década en la que aprendiste a soñar, a ser más libre y valiente. Eres un prisionero de las melancolías de las noches eternas, de esas que vendrán para mantenerse aquí, justo al lado de ti, aunque ya te falte poco de este almanaque de instantes.
Un relámpago velocísimo, ya muy tarde. Nos anochece un 31 y sé que quedan momentos, acaso minutos, contigo. Porque en ese lugar de la memoria que compartimos siempre has hecho hueco en la complicidad de lo que nos une; pese a todo.
Año antiguo que aflora al caer la última campanada. Esa que empieza a sonar ya.